La bola dorada y otras historias by Agatha Christie

La bola dorada y otras historias by Agatha Christie

autor:Agatha Christie [Christie, Agatha]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Policial, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1971-05-15T00:00:00+00:00


* * *

Lady Rustonbury era una mujer ambiciosa y a la vez amiga del arte, que compaginaba ambas cualidades con éxito completo. Tenía la suerte de que a su marido no le preocupasen ni la ambición ni el arte, y por lo tanto no la estorbaba en ningún sentido. El conde Rustonbury era un hombre corpulento, a quien sólo interesaban las carreras de caballos. Admiraba a su esposa, sentíase orgulloso de ella y se alegraba de que su inmensa fortuna le permitiera poner en práctica sus placeres. El teatro particular había sido construido hacía más de cien años, por su abuelo. Era el juguete preferido de lady Rustonbury… donde había ofrecido ya un drama de Ibsen y una obra de la escuela ultramoderna, a base de divorcios y drogas, y también una fantasía poética con un decorado cubista. La próxima representación de Tosca había despertado gran interés. Lady Rustonbury tenía la casa llena de distinguidos invitados, y el «todo Londres» pensaba acudir en sus automóviles.

Madame Nazorkoff y su acompañante habían llegado poco antes de la comida. El nuevo y joven tenor americano Hensdale, iba a cantar Cavaradossi, y Roscari, el famoso barítono italiano, haría el papel de Scarpia. Los gastos de la representación habían sido enormes pero a nadie le importaba. Paula Nazorkoff estaba del mejor humor y así resultaba encantadora, graciosa y cosmopolita. Cowan estaba agradablemente sorprendido y rezaba para que continuase aquel estado de cosas.

Después de comer, la compañía fue al teatro para inspeccionar el escenario. La orquesta estaba bajo la dirección de Samuel Ridge, uno de los más famosos directores ingleses. Todo iba sobre ruedas y por extraño que parezca, aquello preocupó al señor Cowan. Se encontraba más a gusto en un ambiente turbulento y aquella paz desacostumbrada le inquietaba.

—Todo va demasiado bien —murmuró el señor Cowan para sus adentros—. Madame está como un gato que se ha hartado de crema y eso es demasiado bueno para ser verdad. Algo tiene que ocurrir.

Quizá debido a su largo contacto con el mundo de la ópera, el señor Cowan había desarrollado un sexto sentido y cierto que sus pronósticos eran justificados. Eran poco antes de las siete de aquella tarde cuando Elisa, la doncella francesa, fue a buscarle corriendo con aspecto preocupado.

—Ah, señor Cowan, venga enseguida, le suplico que venga de prisa.

—¿Qué ocurre? —preguntó con ansiedad—. Madame se ha disgustado por algo… ha armado un alboroto, ¿verdad?

—No, no es madame, sino el signore Roscari, está enfermo… ¡se muere!

—¿Que se muere? ¡Oh, vamos!

Cowan corrió tras ella mientras le conducía al dormitorio del italiano. El pobre hombre estaba tendido en la cama, o mejor dicho, retorciéndose presa de convulsiones que hubieran resultado cómicas, de haber sido menos graves. Paula Nazorkoff hallábase inclinada sobre él y saludó a Cowan con ademán imperioso.

—¡Ah! Ya está usted aquí. Nuestro pobre Roscari sufre horriblemente. Sin duda ha comido algo que le ha hecho daño.

—Me muero —gimió el barítono—. El dolor… es terrible. ¡Oh!

Y volvió a contorsionarse llevándose ambas manos al estómago, mientras rodaba por la cama.



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